Si en nuestras comunidades de lectores anunciamos que vamos a leer un cuento sobre Frankestein, la audiencia se prepara «para una de terror». Pues bien estamos ante ese caso. Nuevamente Ema Wolf, a quien ya hemos leído en estos días, vuelve a contrariar anticipaciones y conjeturas convidándonos una historia con personajes de terror en un escenario escolar (¡tan lejano en estos días de aislamiento obligatorio!).
Desde la Cátedra Libre de Literatura Infantil y Juvenil (1) invitamos a los papás, mamás, tías, abuelos y a cuanto adulto que asume el rol de mediador de cultura -entre los nuevos en el mundo- a variar el menú literario, ofreciendo siempre oportunidades para que el leer/el escuchar sea una puerta a ampliar la experiencia lectora de quienes nos escuchan.
Si siempre compartimos el mismo tipo de historias, si no somos contrariados en nuestras anticipaciones como lectores, si nos apegamos a un sólo estilo autoral, los lectores más novatos tendrán un menú que se empobrecerá a consecuencia de la repetición y, seguramente, se alejarán de la lectura. Con el riesgo de que acaben replegándose en identidades propias de «… sujetos tecnificados y competentes, listos para insertarse en el mercado laboral, […fruto de una educación que…] no puede perder tiempo en fortalecer el instinto poético del niño…» como nos advierte Mercedes Calvo (2). O permanezcan en cierto estado de «analfabetismo simbólico» sin posibilidades de una vida más intensa y una ciudadanía con más derechos.
(1) dependiente de la Universidad Nacional de la Patagonia «San Juan Bosco»
(2) Calvo, M. (2015). Tomar la palabra. La poesía en la escuela. México: Fondo de Cultura Económica.
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